Día 900, domingo
Sábado a la noche. Centro de Lima. Los edificios aledaños a la plaza San Martín brillan con luz diáfana. Sus estructuras rectangulares y curvas dan cuenta de miles de noches similares. Dentro de la discoteca, los cuerpos se mueven como sombras sin sentido. La oscuridad de la noche, el olor a tabaco, la cerveza derramada en los pisos y los gritos de los jóvenes que vienen a gastar el dinero de la semana. Esta noche me muevo por el escenario de El Directorio como un alma en pena, botella en una mano y vaso de plástico en otra. Le doy sorbos a la última cerveza de la noche admitiendo que ha fracasado mi plan. Bailo torpemente, moviendo pies y hombros. Miradas que se cruzan, palabras que se quedan en la lengua y muchas posibilidades por explorar. No soy bueno con el lenguaje no verbal. En la puerta, unos tres chicos, ex compañeros míos del colegio Alpamayo, vestidos con el uniforme del colegio Alpamayo, hacen acto de presencia y pretenden buscar algo con la mirada. Me escondo entre los cuerpos opacos que bailan en la pista de baile esta noche. Bebo un sorbo de cerveza. Los chicos me lanzan una mirada cómplice y se ríen.
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